«Hay que aguantar mijita porque el matrimonio es sagrado.»

Cuántas crecimos inmersas en estas frases y creyendo que es lo habitual en una sociedad en dónde los hombres no pueden expresar sus emociones y en dónde las mujeres crecemos disociadas de poder poner límites y de decir que no.

La idea fraguada de la fuerza en la masculinidad que demuestra lo macho que es y la endereza, que no pueden quebrarse por nada y ante nadie porque lo catalogaran cómo » marica» y que terminan expresando sus emociones en agresividad. Tampoco olvidemos lo transgeneracional de un crecimiento de apego ansioso y ambivalente en las mujeres, esto hace que ante una relación terminemos vulnerables y nos gobierne lo irracional, siendo víctimas de violencia.

Violencia no significa que te dejen un ojo negro, también es violencia que te descalifiquen, que te obliguen a tener relaciones sexuales, que te dejen de hablar, que te manipulen emocionalmente diciéndote que estás loca, gorda o fea, y que eres la más tonta. Violencia es que te prohíban ver a tus amigas o familiares, violencia en qué te celen, te quiten o controlen el celular, que no te permitan salir o insulten delante de otros, violencia puede ser en lo económico también.

 Y tú sigues creyendo que eres la princesa en busca del príncipe azul hasta que vas viendo cómo se destiñe su traje. Y tú aguantas porque lo amas y no conoces otra forma, porque no tienes dinero para solventar gastos de la casa y tus hijos, aunque a veces mueras de miedo. Y tú aguantas porque esperas que cambie y porque te crees incapaz, autosuficiente o te faltan herramientas para salir. Porque pedir ayuda crees es muy humillante, o porque ni siquiera conoces tus derechos.

Pero no queda todo aquí, la violencia comienza así, pequeños pellizcos e insultos, maltrato y gritos, luego aparecen los empujones, jaladas de pelo y golpes, hasta que te anulan cómo ser humano, porque un objeto no siente, no habla, no piensa y no tiene voz ni voto. Mucho menos si te hacen creer que todo es tu culpa, que tú lo provocas, que tú no sirves para nada.

Comienzas a creerte que todo eso es verdad y te vuelves dependiente, baja tu autoestima cada vez más hasta que la pierdes por completo, y peor, te pierdes a ti misma. El agresor adquiere más y más poder. Y ese poder es el que le da autoridad para que la violencia acreciente.

Mientras tú tienes dos opciones: o reaccionas alzando tu voz ejerciendo tus derechos, y te rescatas, o te mueres porque te mata.

Porque también puedes quedarte muerta en vida. Tú decides.

Sexóloga/ Periodista: Ivana Cabrera