Y ahí me encontraba, esa tarde de sábado de otoño, el sol entrando tenue por el ventanal medio abierto, reflejando las sombras amorfas en movimiento de las ramas del viejo roble de la calle calentando mi sofá de cuero natural; ya con algunas arrugas y hendiduras producidas por el tiempo y galopes que ha resistido fuerte de incontables encuentros amorosos, receptor de historias, gemidos, sueños, golpes, rasguños.

Ese, mi sofá favorito de olor a piel curtida, de espalda acolchada, cojines gruesos muy cómodos y brazos firmes a pesar de sus años, insonoro; es fiel representante de la buena carpintería que hoy escasea; mi compañero de las tardes cuando reposo mi cuerpo en él y me dedico a soñar despierto, a perderme en un sin número de fantasías e historias, que acompañan esas tardes donde quiero volar al paso de cada página.

Esa calurosa tarde se percibía un ambiente diferente, el viento soplaba mi rostro. Recuerdo que me había dado una ducha, ese día el día estaba más caluroso de lo habitual, mi bata algo húmeda decidí abrirla (el fresco se sentía agradable en mi pecho), ya tenía mi copa de vino a mi lado: un cabernet Sauvignon de cuerpo rojizo, espeso, de aroma envolvente. Tenía ganas de degustar mientras revisaba mi teléfono celular antes de continuar mi lectura.

Fue entonces cuando me llegó un mensaje de un número desconocido. Era un escrito en un archivo formato Word, tenía como título «cuento erotico.docx» recuerdo que pensé: que raro, quizás número equivocado.

Pero al pasar los segundos el mensaje y el archivo adjunto seguían ahí, no fueron borrados. Sentí curiosidad y decidí ver su contenido. No suelo abrir archivos de números desconocidos, pero este logró llamar mi atención).

Ya llevaba 2 sorbos de mi copa de vino y decidí llenarla completamente, no quería en este momento nada que me distrajera, tenía puesta toda mi atención en ese escrito que le acababa de llegar. Era un cuento corto, llevaba como título “No digas nada”.

Me sentía atrapado. Mi corazón se aceleró un poco lo pude notar al pasar de un párrafo a otro. Mi respiración empezó a agitar, ¿es el vino acaso? ¿Quizás mi soledad por estar soltero o el no haberme masturbado semanas atrás? No podía dejar de leer, trataba sobre una mucama y su señor de la casa. Esos temas tabú quizás llegan más al fondo de las emociones por ser «prohibidas» de alguna manera genera excitación. Imaginar, fantasear una situación así.

Mi cuerpo desnudo sobre el sofá, sentí el aroma de las hojas, petricor, la brisa un poco más fuerte, anunciando la lluvia, el leve sol calentaba mi cara mi cuerpo cálido y excitado, notaba el ruido de mi propia respiración agitado. Dejé a un lado el celular y me concentré. Corrientazos de placer circulaban con fuerza sobre mi cuerpo desnudo.

Y fue entonces donde supe que la fuente de mi deseo no era esa lectura que casualmente había llegado a mi teléfono celular. Supe que lo que me estaba causando tanto placer y excitación era el pensar, que quizás no haya sido una simple coincidencia, era ella, si, la mujer detrás de ese escrito. La autora de esas frases e historias eróticas. Ella una mujer hábil en el arte de la escritura, inteligente, pervertida, seductora.

Pensé en ella, en cómo, cuando, todo el entorno y escenario que estaba envuelta cuando decidió escribir cuentos eróticos, y predeterminadamente envía a extraños para sentir placer, como yo pensando en el lector que cae como conejo en trampa de lobo hambriento al abrir el archivo. Imaginar cómo sus lectores se dan placer, se excitan con sus cuentos. Entendí que esa escritora anónima era la fuente de mi deseo. Como era: alta, baja, cabello corto o largo, labios carnosos, piernas firmes, senos grandes, pequeños, no lo sé, pero sé que seguramente estaría como yo, con una copa de vino, imaginando a su lector anónimo llegando a su clímax.

Sé que lo sabes, lo imaginas mientras lees esta devolución.

Pensé en TI esa tarde y por unos minutos fuiste mía.

 Fin.